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Aquella tarde fue la tarde
aunque los arroyos fueran sucios y lentos,
así que emprendí el camino hacia tu risa
como quien se aplica
a la tarea definitiva de toda una vida.
Me di de bruces con la sorpresa
de tu corazón grande y bueno
y lo quise habitar pronto
—en realidad, fui yo el habitado—.
Desde entonces, desde ti,
los pronombres me acompañan
y no quiero palacios ni conocimientos
porque hay playas, olas y espumas que lamen tus pies.
Y me basta el ligero movimiento
de tu pecho al respirar,
tu gesto distraído al beber café
o que me tengas a tu lado y no te sobre.
La tarde fue aquella, el corazón, tuyo,
la sorpresa, mía y larga,
el tiempo será para el olvido
y las noches, mi amor, serán y son de los dos.