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Os miro, hijos,
figuras difusas en el horizonte,
os lanzo mi voz
que se cansa y no llega
y en el aquí
los latidos se hacen niebla.
Ya no me acuesto
después de vosotros,
los días pasan
y solo me acompaña
un hombre solitario
que me mira en el espejo.
Todo se lo tragará
la garganta larga
de este siglo raro,
que yo no entiendo,
que sabe amargo,
que ha roto a este padre.
Debéis saber, hijos,
que guardo la casa
y que ando barriendo
vuestra ausencia
porque una vez reísteis
en estas habitaciones
y el eco es inacabable.