Envidia o admiración, écfrasis y cosas así… #charla

Esta es mi charla en la inauguración de la exposición de cuadros titulada ‘Patrimonio Cultural’, con obras de María Alonso Páez, José Manuel Ábalos y Javier Sagarzazu… Gracias a la Fundación Laboral San Prudencio y a Arte XXI por darme la oportunidad de tomar aquel día la palabra. Fue en Vitoria, un 16 de enero de 2025 en la sede de la citada Fundación.

Arratsalde on.

Un día me encontré con un palabro de esos que son a la vez raros e incómodos.

Es el término écfrasis. La definición de écfrasis es: “una representación verbal de una representación visual”.

Lo que viene siendo… una descripción literaria de una imagen. Pintar una imagen con palabras.

Écfrasis, écfrasis, écfrasis…

Supongo que iniciar así esta pequeña intervención no es la mejor de las opciones.

Podría decirles muchas veces esto de la écfrasis, dármelas de culto, pero yo en realidad a lo que he venido aquí es a reconocerles que los poetas tenemos un poco de envidia de los pintores y por eso les hemos cantado. A ellos y a sus obras.

Expresarlo así… no queda tan culto como usar el palabro écfrasis, pero se entiende mejor.

Y esta envidia de las líneas, de las texturas, de los colores, de los lienzos y de las paletas… no es nueva. Quien dice envidia, dice admiración, porque está feo eso de tener envidia.

Decía que no es nueva esta admiración o envidia porque ya la encontramos en nuestros más insignes clásicos.

Por ejemplo, Lope de Vega dice en un poema titulado Que no es hombre el que no hace bien a nadie que Rubens es “gran poeta de los ojos” y que ha superado a los anteriores maestros… concretamente escribe nuestro Fénix de los Ingenios que ha dejado “los héroes del pincel vencidos”.

Aunque, quizá, con esta metáfora lo que nos quiso decir esto poeta amador, el más amador de los poetas, es que los héroes clásicos, pese a todo su poder, al final son vencidos por el pincel al quedar retratados en el cuadro. Vaya usted a saber…

Seguimos prestando atención a ese instrumento lleno de pelos. Porque otro de nuestros clásicos, Quevedo, dedica un poema ‘Al pincel’ del que destaca que, aunque “en cuerpo pequeño”, logra ser “competidor valiente de la Naturaleza”. Y le dice, además:

Tuya es la gala, el precio y la belleza;
tú enmiendas de la muerte
la invidia, y restituyes ingenioso
cuanto borra cruel. Eres tan fuerte,
eres tan poderoso,
que en desprecio del Tiempo y de sus leyes
y de la antigüedad ciega y escura
del seno de la edad más apartada
restituyes los príncipes y reyes,
la ilustre majestad y la hermosura
que huyó de la memoria sepultada.

El bueno de don Francisco, siempre tan extremista y tan tremendo, coloca al humilde pincel en la labor de vencer el olvido, el tiempo y sus leyes. El pincel y la pintura como vencedores de la muerte, como garantía de eternidad.

Si he nombrado a Quevedo, no puedo dejar atrás a Góngora, ya saben ustedes, un hombre a una nariz pegado. Pues bien, el cordobés realizó un panegírico titulado ‘Inscripción para el sepulcro de Dominico Greco’, de quien dice que “dio espíritu a leño, vida a lino” porque, según él, el pintor griego “heredó Naturaleza Arte, y el Arte, estudio” con iris, colores, luces y sombras.

Si damos un salto de siglo y nos fijamos en nuestro poeta romántico por excelencia, encontramos en Gustavo Adolfo Bécquer una relación más que estrecha con la pintura. Hijo y hermano de pintores, el sevillano hace sus pinitos también como dibujante. Por cierto, que el famoso retrato que conocemos de Gustavo Adolfo es precisamente obra de su hermano Valeriano.

De este poeta quiero traerles su creación “Porque son, niña, tus ojos”. No es un poema escrito a un pintor ni a un cuadro… pero yo me atrevo a decir que estos versos son como pinceladas porque lo más importante, hasta casi más que las palabras, son los colores, las sensaciones pictóricas. Si no, escuchen:

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar, te quejas;
verdes los tienen las náyades,
verdes los tuvo Minerva,
y verdes son las pupilas
de las hourís del Profeta.

El verde es gala y ornato
del bosque en la primavera;
entre sus siete colores
brillante el Iris lo ostenta,
las esmeraldas son verdes;
verde el color del que espera,
y las ondas del océano
y el laurel de los poetas.

Sigue un poco más adelante el poema:

Es tu boca de rubíes
purpúrea granada abierta
que en el estío convida
a apagar la sed con ella,

y, sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean,
pues no lo creas.

Que parecen, si enojada
tus pupilas centellean,
las olas del mar que rompen
en las cantábricas peñas.

Es tu frente que corona,
crespo el oro en ancha trenza,
nevada cumbre en que el día
su postrera luz refleja.

Y, sin embargo,
sé que te quejas
porque tus ojos
crees que la afean:
pues no lo creas.

Que entre las rubias pestañas,
junto a las sienes semejan
broches de esmeralda y oro
que un blanco armiño sujetan.

Y, para acabar, Gustavo Adolfo nos plantea algo así como una jerarquía de colores:

Porque son, niña, tus ojos
verdes como el mar te quejas;
quizás, si negros o azules
se tornasen, lo sintieras.

MAS CERCANOS

Si nos vamos acercando en el calendario, hay que mencionar el libro ‘Retratos antiguos’, de Antonio Zayas, publicado en 1902. Aquí el autor hace, según dicen los críticos y yo no me atrevo a discutir, un repaso poético a obras pictóricas desde el Prerrafaelismo, pasando por el feísmo modernista y el ideal esteticista del héroe fin de siglo hasta la recreación del mundo dieciochesco francés. Ahí lo dejaré.

La siguiente cita sí que me llevará un poco más de tiempo y profundidad.

Me centro ahora en ‘El Cristo de Velázquez’, de Miguel de Unamuno. Considerado uno de los mejores poemas del escritor bilbaíno, publicado en 1920 tras siete años de elaboración. Pueden parecer muchos años, pero es que es una obra que suma 2.539 endecasílabos. A veces se usan los campos de fútbol para calcular superficies… hemos oído en los telediarios cosas como que la superficie quemada en un incendio equivale a tantísimos campos de fútbol, ¿verdad? Pues bien, los 2.539 endecasílabos, traducidos a sonetos, serían 181. Este poema son como 181 sonetos seguidos. Para que se hagan una idea.

Vemos en ‘El Cristo de Velázquez’ al Unamuno más íntimo, sumido en su lucha interna y sus cuitas religiosas… cuestiones de fe, de esperanza, filosóficas… en las que dialoga abruptamente con su propia entraña.

Comienza así este poema dedicado a la cita obra de pintor sevillano:

¿En qué piensas Tú, muerto, Cristo mío?
¿Por qué ese velo de cerrada noche
de tu abundosa cabellera negra
de nazareno cae sobre tu frente?
Miras dentro de Ti, donde está el reino
de Dios; dentro de Ti, donde alborea
el sol eterno de las almas vivas.

Seguimos con un gran poeta, uno del Grupo del 27. A mediados del siglo pasado, Rafael Alberti publica su libro ‘A la pintura’. Es un homenaje a la que fue su primera vocación.

Porque, no sé si lo saben, pero Alberti iba para pintor. Él mismo lo contaba: “Pocos adolescentes habrán estado tan convencidos como yo a mis quince años, de que su verdadera vocación eran las artes del dibujo y la pintura”. Instalada su familia en Madrid, el Museo del Prado era casi su segunda casa, allí recibe a novias y amigos, allí copia incansable las obras de los grandes pintores.

El caso es que en 1920 su vocación pictórica se trunca con la muerte de su padre. El dolor que siente acaba con el pintor y hace nacer al poeta. De nuevo recupero sus propias palabras para explicar esta crisis: “El clavo oscuro que parecía pasarme las paredes del pecho me lo ordenaba, me lo estaba exigiendo a desgarrones. Entonces, saqué un lápiz y comencé a escribir. Era realmente mi primer poema”. Y continúa explicando: “Desde aquella noche seguí haciendo versos. Mi vocación poética había comenzado”.

A partir de ese momento, las líneas y los colores le resultan insuficientes. De nuevo me refiero a sus palabras: “Me prometí olvidarme de mi primera vocación. Quería solamente ser poeta. Y lo quería con furia”…

Cierto que iba para pintor y acabó poeta. Pero no se olvidó de esa vocación inicial. Como decía, en 1945 publica su obra ‘A la pintura’. La volverá a publicar con añadidos, hasta una última versión en 1968. Y lo hace sintiendo la pintura como una suerte de paraíso perdido, que se le hace muy necesario recuperar y defender desde su doloroso exilio. Un Alberti castigado por la historia de España, lejos de su país, se aferra a la palabra poética y rinde homenaje a la pintura como a una vieja amante, querida y añorada. Es una afirmación vitalista y humanista del arte de pintar y de escribir, de la pintura y de la poesía, de ambas a la vez, una afirmación vitalista y humanista de las artes, en plural.

Uno de los poemas de este libro, se titula ‘Al color’. Dice así:

A ti, sonoro, puro, quieto, blando,
incalculable al mar de la paleta,
por quien la neta luz, la sombra neta
en su trasmutación pasan soñando.

A ti, por quien la vida combinando
color y color busca ser concreta;
metamorfosis de la forma, meta
del paisaje tranquilo o caminando.

A ti, armónica lengua, cielo abierto,
descompasado dios, orden, concierto,
raudo relieve, lisa investidura.

Los posibles en ti nunca se acaban.
Las materias sin términos te alaban.
A ti, gloria y pasión de la Pintura.

Javier Yagüe Bosch tiene un excelente blog, llamado ‘Montagne vide’, para los que sepan francés, será algo así como ‘Montain vide’, en el que pueden encontrar algunos homenajes, algunas admiraciones y envidias de poetas hacia la pintura.

Para quien quiera seguir indagando en este mundo de artes, en plural como decía hace un momento, habría que recomendarle:

“Apolo, Teatro pictórico”, de Manuel Machado. Obra de 1910.

“Las musas inquietantes”, de Cristina Peri Rossi. Poemario de 1999.

A partir de ahí… la exploración puede ser larga y apasionante.

Iré acabando. Porque si tenemos pintura y poesía… nos está faltando música, que viene a continuación.

Pero antes, quiero repasar con un poema de José Ovejero, de su libro “Nueva guía del museo del Prado”. Por lo de guía, ya nos entendemos, tengamos claro que nos plantea una guía poética…

José Ovejero dedica un poema a esa obra tan conmovedora de Goya titulada “Perro semihundido”. Un cuadro en qle que apenas si se ve la cabeza de un perro en medio de un entorno de marrones y ocres de formas difusas. Dice el poema de Ovejero:

Nunca la pintura ha sido más pintura.
Manchas, sombras, texturas
y una cabeza de perro. Otra mancha, gris,
sola en medio de tanto amarillo y marrón.
Todo es pintura y todo es verdad
-dudoso equilibrio-
porque uno mira el cuadro, de lejos,
apreciando manchas, sombras, texturas
y una cabeza de perro.
Semihundido, pero no saliendo o salvándose
sino a punto
de desaparecer, no escapará moviendo el rabo,
sacudiéndose la arena, ni correrá
a lamer nuestras manos, tan contento.
Semihundido, y delante no hay nadie
que pueda ayudarle, nadie
acudirá a su rescate,
delante solo encuentra manchas,
sombras, textura, y nosotros
estamos más acá,
enternecidos por esa leve cabeza
de perro, tristes por su destino
inevitable: evitarlo
estropearía su trágica belleza. Asistimos ya
a lo que será su muerte,
ese irse asfixiando
poco a poco, ese ceder, hundirse, darse al fin
por vencido;
y compungidos, impresionados,
nos iremos a contemplar otro cuadro
para olvidar las sombras, el vacío,
la textura y, sobre todo,
esa cabeza de perro.

Bueno… alguien dirá no sé qué de que en el cuadro original de Goya había unos pájaros… pero qué sabré yo…

Ha sido un placer poder hablarles.

Muchas gracias por su atención.

Eskerrik asko, benetan.